BAJO EL AGUA

Buenas, amig@s

Ayer me llevé una alegría. Una lectora de Facebook me comentó que mi cuento "Pánico bajo el agua" le había producido... os cito textualmente:

Todavía estoy temblando, Estrella. Terror puro. Y un final durísimo. Eres una genia para lograr climas al estilo de S. King. Te felicito!

Quiero dar las gracias desde aquí a Juana Castilla. No sabéis lo que me emocionó leer ese comentario. Me alegró muchísimo que le gustase y asustase... (Evidentemente, salvando las distancias con el maestro S.King)

Un abrazo en la distancia, amiga.






BAJO EL AGUA

Me desperté sobresaltado. Había perdido el conocimiento durante la lucha. El cuerpo me dolía de estar agazapado. 
Desde mi escondite no lo divisaba, pero podía sentir su presencia. Sabía que, si intentaba salir, me descubriría. Si continuaba en mi escondrijo, tarde o temprano, también me localizaría. No tenía escapatoria.
Había dejado de oír los gritos de mis compañeros. Seguramente era el único que quedaba con vida.
Me asomé desde donde me encontraba, con precaución. Pude ver las piernas de mi camarada en un gran charco de sangre. El resto del cuerpo debía estar en otro lugar de la habitación. Sentí nauseas. Las piernas me fallaban y mi corazón palpitaba con violencia. Intentaba controlar mi agitada respiración para que no me oyese. Apreté los labios por si se me ocurría soltar un grito al descubrir algún otro cuerpo descuartizado.
La sala de mando estaba al final del pasillo y allí se encontraba la radio. Si lograba llegar a ella, tendría una oportunidad. Pero cruzar el pasillo era un suicidio. Entonces sentí el agua en el suelo. Sabía que era la fisura en el casco cuando chocamos con las rocas y el agua del mar entraba rápidamente. Si conseguía avisar, llegarían a tiempo para sacarme de allí. Pero si me quedaba escondido, la grieta cada vez sería mayor y terminaría ahogándome. Aún así, las probabilidades eran escasas.
El cabello se me erizó y tuve que morder la lengua para evitar el castañeteo de mis dientes. En cualquier momento aquel ser podría aparecer y no habría escapatoria. Comencé a arrastrarme por el pasillo procurando no hacer ningún ruido. Solo una luz de emergencia parpadeante evitaba la oscuridad absoluta y mis ojos estaban tardando en adaptarse a la falta de luz. Rogué para no encontrármelo en el camino. Temblaba al pasar por delante de los camarotes. En cualquier camastro podía estar agazapado esperándome. Por todos lados me tropezaba con restos de mis camaradas y su sangre salpicando las estancias.
Quedaban pocos metros para la sala de mando. El pánico se apoderó de mí y de un salto me puse en pie. Corrí tan rápido como pude hacia la puerta entreabierta. Solo entonces me di cuenta de que tal vez el ser estaba dentro. Pero ya era tarde. Me encontraba en el interior de la sala.
Me volví rápidamente para cerrar la puerta y atrancarla. No resistiría mucho. Me giré buscando la emisora y mi aliento se congeló: La radio estaba destrozada.
Las piernas me fallaron y caí al suelo con ella en la mano. Cerré los ojos. Nadie vendría a ayudarme, no había forma de escapar. Ese submarino se había convertido en mi tumba.
Es duro saber que te quedan minutos de vida. Sí, iba a morir. La cuestión era cómo prefería hacerlo. Podría mantener la puerta cerrada y ahogarme cuando el agua reventase el casco, o abrirla y dejarme descuartizar por aquel monstruo.
Me levanté despacio sin acabar de tomar una decisión. Entonces vi el rostro. Los ojos inyectados en sangre y las enormes fauces cubiertas de sangre humana. Me vi reflejado en el cristal del ojo de buey.
Estrella Vega

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