EL ACCIDENTE

Buenas amig@s
Este cuento se me ocurrió en una excursión cerca de Miraflores. Bajando una de las pendientes de un monte donde las vistas invitaban a perderse. Allí empecé a imaginar y...


EL ACCIDENTE

Es curioso cómo tu vida puede cambiar en tan solo unos segundos.

Ese día mis padres y yo habíamos salido a hacer una de nuestras habituales rutas por la sierra. Tras una caminata por el empinado sendero de piedras y tierra húmeda llegamos a la cima. Entre abruptas montañas, vimos el lago azul celeste que centelleaba, reflejando los rayos del sol, y la silueta de algunas cabras subidas en las rocas cercanas.

Cuando paramos a comer me senté en el peñasco más alto y escarpado que encontré. Dejé que mis piernas colgasen en el vacío, a pesar de las advertencias de mi madre.

La bajada se me hizo más fácil, a pesar de que el camino era más directo e inclinado. Pero siempre se me dio mejor bajar que subir. Adelanté a mis padres y me dirigí por la carretera hacia el improvisado aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Oí la voz de mi padre llamándome:

-¡Pablo! Cuidado con la carretera.

Una vez en marcha, me quedé mirando por la ventanilla. Entre los árboles pude divisar una casa de ventanas rojas con un jardí­n donde un niño jugaba en un columpio de madera.

Fue lo último que vi, porque me quedé dormido. Siempre que volvíamos de algún viaje o excursión me dejaba vencer por el sueño, y el vaivén del coche me acunaba.

Pero algo sucedió entonces. El grito de mi madre me despertó y vi cómo el coche daba vueltas y más vueltas. Luego todo se volvió oscuro, estaba muy cansado y cerré los ojos.

Ha pasado un año desde el momento en que tuvimos el accidente. Ahora me cuesta recordar, no puedo pensar y concentrarme. Tal vez sean las secuelas de aquello. Cuando intento acordarme de lo que hice momentos antes, dudo y no puedo estar seguro de mis actos. Solo puedo recordar con claridad, sucesos ocurridos antes del accidente.

Hoy vamos en coche como la última vez. Conduce también mi padre mientras mi madre mira por la ventanilla. Tras el accidente, están más serios. Apenas conversamos durante el trayecto. No me importa mucho pues tampoco yo tengo ganas de hablar.

Aparcamos donde la casa de ventanas rojas y reconocí el jardín con los columpios que vi la última vez. Esta vez no veo al niño que jugaba allí.

No sé por qué hemos venido hoy aquí, pero igual lo olvidé. Así­ que esperaré a ver qué pasa.

Bajamos por el arcén y dejamos atrás la casa de ventanas rojas. Mis padres se acercan a la cuneta y se paran depositando unas flores junto a una cruz con la inscripción. «Nunca te olvidaremos, Pablo».

Estrella Vega

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