LA ROSA AZUL

Buenas, amig@s

Para este cuento, solicité la colaboración de mi amigo Jesús María Villar. Un estupendo poeta.
Hoy la historia es más romántica...


LA ROSA AZUL

Silvia terminó de recoger disponiéndose a regresar a su casa. Había celebrado su cumpleaños con los compañeros del trabajo y el día resultó mejor de lo esperado. Los pastelitos que trajo resultaron todo un éxito, y solamente quedaron un par en la bandeja. Sus compañeros la regalaron un bolso a juego con sus guantes.
Entonces se dio cuenta. Buscó en los bolsillos del abrigo sin éxito. Abrió su cajonera y se agachó registrando por el suelo. Su compañero la miraba extrañado.
—¿Qué estás buscado? —le preguntó el hombre.
—He perdido uno de mis guantes —dijo mostrando la pareja, un mitón granate con pelusa suave en la muñeca— ¿Lo has visto?
—¡Vaya racha llevas! Todas las semanas pierdes algo —Rió—. ¿Qué fue el otro día? ¡Ah! Ya me acuerdo. El llavero de unicornio. Me da que estás alterada por la boda. ¿Es así?
—Quizás. No sé. Es cierto que estoy nerviosa —dijo apoyándose en la mesa— Le doy muchas vueltas a todo. ¿Me equivocaré? ¿Estaré haciendo lo correcto? Pero supongo que les ocurre a todos los que van a casarse.
—Debes tranquilizarte. Solo es... ¡tu boda! Ahora en serio. Relájate. ¡No una sentencia de muerte! Intenta concentrarte y pensar dónde has podido dejar el guante. Igual se te cayó de camino o lo olvidaste en el coche.
—De algo estoy segura. Me lo quité aquí y los dejé cada uno en un bolsillo. No puedo haberlo perdido en la calle. Igual alguien lo ha encontrado y lo ha llevado a recepción. Preguntaré allí.
Cuando se disponía a salir, el director, un hombre de pelo canoso y ondulado, llegó en ese momento. Vestía con traje de corte clásico, con un pañuelo blanco en el bolsillo de la chaqueta y un alfiler con la insignia de los Caballeros de la Virgen. Entró con rostro grave y saludó formalmente.
Silvia le ofreció un pastelito de los que habían sobrado del cumpleaños y él, educadamente, lo rechazó.
—Por cierto, Señorita Garrido —continuó dirigiéndose a ella—, quería felicitarla por su inminente boda.
Silvia balbuceó unas palabras de agradecimiento mientras él, tras dejar la carpeta en la mesa de su compañero, desaparecía por la puerta. Miró a su compañero y, sin articular palabra, sonrieron con complicidad.
El director tenía fama de sobrio y serio. En los años que llevaban trabajando con él, no recordaban haberle visto reír, y, solo en ocasiones pródigas. No participaba en las actividades lúdicas de la empresa y mantenía la distancia con los empleados.
Una voz juvenil, los sobresaltó. Su dueño, un joven mensajero, entró con un hermoso ramo de rosas azules que causaba impresión.
—Buenas tardes. Me han dicho que aquí puedo encontrar a... —leyó sus anotaciones—, a Silvia Garrido.
La joven cogió las flores azorada y sorprendida. Acarició suavemente sus pétalos azulados y buscó la tarjeta entre las rosas. El mensajero, viendo que no iba a recibir propina, se marchó sin despedirse.
Su compañero, se acercó a ver el llamativo ramo.
—Seguro que es de tu novio. ¡Todo un detalle!
—¡Son preciosas! Aunque... solo vienen once. Normalmente suele ser una docena.
Silvia encontró la tarjeta, con unas bellas palabras, pero sin firmar y leyó en alto.
«Perdone bella dama mi osadía,
hace miles de años que la amo,
no pregunte quién soy, eso no importa,
acepte por favor, este, mi ramo.
Si quiere conocerme, yo la espero
pasado que es domingo en los jardines
en el banco que linda al jazminero»
—No puede haber sido mi novio —dijo convencida—. Aunque realmente pone que me espera el domingo. ¡El domingo! ¿Quién, si no, iba a ser?
—¿Sabes el significado de regalar rosas azules? Representa el amor eterno y especialmente a uno imposible. Creo que tienes un admirador.
—Pues me parece que ha llegado tarde... ¡El domingo me caso! Me voy. A ver si averiguo de quién es. Ya te contaré. ¡Nos vemos en la boda!
Esa noche, el hombre llegó a su casa cansado. Arrastraba los pies, más debido a su abatimiento que a la edad. Dejó el abrigo en la percha y se dirigió a un pequeño cuartito donde atesoraba su colección de recuerdos más queridos.
En una repisa podía verse, entre otros objetos, una elegante pluma estilográfica y un botecito de muestra, que aún contenía algo del aromático perfume. Conservaba un pañuelo de alegres colores y varios enseres menudos.
Extrajo algo de su bolsillo, con cuidado. Lo mantuvo en las manos, observándolo, mientras una lágrima surcaba su rostro curtido por los años, y lo depositó en la estantería con delicadeza, en medio de aquel batiburrillo de objetos, ordenados por quién sabe qué orden.
Con suma delicadeza colocó una bellísima rosa azul entre el llavero de unicornio y el guante de color granate, y depositó a su lado el alfiler con la insignia de los Caballeros de la Virgen.
Estrella Vega

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