EL CREADOR DE ESTRELLAS

Buenas, amig@s
Este cuento es una propuesta navideña de mi amigo Ricardo Lampugnani. Me hizo una ilusión enorme recibir un diploma de participación.
¡Espero que os guste!


EL CREADOR DE ESTRELLAS

La Navidad llegaba al pequeño pueblecito. A pesar de su humildad, sobreviviendo de la ganadería y algunos pocos cultivos, siempre intentaban celebrar esas fechas especiales, como si de una gran villa se tratase. Se consideraba el acontecimiento del año.
La plaza del pueblo se podría creer que era demasiado grande para la población que allí habitaba. Pero había sido pensada con la intención de crear un espacio común y facilitar la relación entre los escasos habitantes. Cumplía su función: todas las tardes, hiciese frío o calor, los vecinos se congregaban en ella. Los mayores, sentados, conversaban animadamente, mientras los niños jugaban alrededor del gran árbol.
En una pequeña y humilde buhardilla de dicha plaza, vivía D. Saturnino. Durante su juventud fue pastor y pasaba mucho tiempo dedicado a fabricar objetos con todo aquello que encontraba a su paso con el rebaño. Se especializó en crear estrellas. Utilizaba latas, cristales de colores, plásticos transparentes... Cualquier hallazgo, con maestría, conseguía convertir en una bella figurita.
Los años habían pasado y ya no podía trabajar en el campo, ni llevar al rebaño a pastar como hacía antaño. Se pasaba el día paseando y charlando con los vecinos. De vez en cuando le gustaba ayudar a alguien que le pudiese necesitar. Eso le hacía sentirse valorado y útil. Por ello, era un anciano muy querido entre los habitantes de la aldea.
Su pasatiempo de fabricar estrellas no había disminuido con los años. Mantuvo la afición, especializándose cada vez más y creando verdaderas obras de arte en miniatura.
Cuando se encontraba con la chiquillería, les revolvía el cabello y enviaba saludos a su familia. Ellos bromeaban con él y a veces, le tomaban el pelo. Él fingía no darse cuenta y les sonreía. Antes de despedirse de ellos, regalaba una de sus estrellas a cada uno. Los críos se alejaban como si llevasen el mayor de los tesoros, comparando cada adquisición e intercambiándoselas.
Ese año, D. Saturnino no había puesto la decoración de Navidad. Su único hijo vivía en el extranjero, y por cuestiones de trabajo, no le era posible viajar en esas fechas.
Su mujer, Ana, siempre había sido la encargada de adornar el árbol, de poner el Belén en su pequeña buhardilla, y las luces parpadeantes en el balcón. Cuando por la noche las encendían, dejaban a oscuras el saloncito para ver cómo se iluminaba de multitud de colores. Luego ponía el villancico favorito de la pareja: Noche de Paz. Y los dos, se abrazaban en el sofá, dejándose inundar del espíritu de la Navidad.
Pero desde que su querida Ana se fue, D. Saturnino no veía la necesidad de decorar la casa para él solo.
Una fría tarde, se encontró con el alcalde, quién le preguntó por los adornos de su balcón. D. Saturnino le explicó el motivo por los que no lo había decorado. El hombre, se quedó muy triste al despedirse del anciano y lo comentó en la sesión del Ayuntamiento al día siguiente.
La Nochebuena llegó. Según la tradición, esa misma noche, se debía encender las luces del árbol Navidad de la plaza. Siempre solían ser las mismas, dado el bajo presupuesto del pueblo. Unas alegres luces blancas, colocadas de forma armoniosa.
D. Saturnino apagó las luces de su buhardilla, como tenía costumbre, para ver mejor la iluminación. Pero se encontró que no se iluminaba con las luces blancas que esperaba ver. En su lugar, el saloncito brillaba con multitud de colores tornasolados.
Se asomó al balcón y pudo ver que los colores provenían del árbol de Navidad. Pero no de las luces blancas, si no, de cientos de estrellas de colores que reflejaban su brillante colorido iluminando la plaza y colándose en todos los hogares. Todos los vecinos habían traído las estrellas que él les había ido regalando con los años.
Un niño se volvió hacia su balcón y gritó algo señalando a D. Saturnino. Todos los vecinos se volvieron hacia donde estaba el anciano y comenzaron a entonar Noche de Paz.
Al anciano, emocionado, el árbol le pareció más hermoso que nunca y solo pudo susurrar: ¡Feliz Navidad!
Estrella Vega

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