EL ALCÁZAR

Una vez dentro, el lugar me envolvió. El increíble artesonado de la sala del trono, la fantástica sala de la Galera, me transportó a otra época, cuando la vida era distinta.


El guía fue demasiado rápido. Deseé disfrutar viendo con más detenimiento, y me escabullí. En la sala de Reyes la vi. Miró por la ventana y retorció el pañuelo bordado entre las manos. La falda arrastraba, y una camisola de seda, bordada en oro ribeteada de pieles, cubría los brazos. El cabello recogido con una trenza dejó despejado el rostro. Al principio pensé que era una empleada del Alcázar.
Me acerqué sin intención de interrumpir. Cuando miró, ofrecí una sonrisa que no devolvió.


—¿Cree que existen actos imperdonables? —preguntó.


—Pues... no sé —No entendí la pregunta—. Depende del hecho y de quién deba perdonar.


—Busco al infante Don Pedro. Le seguí hasta aquí. Es desobediente, y mi deber es vigilarlo.


Pensé que era una representación teatral.


—Su padre no me perdonará. Y no le culpo —añadió mirando al foso.


—¿Qué no perdonará? —pregunté intrigada, acercándome a la ventana para ver qué observaba con tanto interés.


Cuando me volví, ya no estaba. Un escalofrío me recorrió la espalda.


De camino hacia el lugar donde se encontraba el grupo, encontré un folleto del Alcázar. La fecha se resaltaba: veintidós de julio de mil trescientos sesenta y seis. Un día como hoy.


Mi corazón se estremeció mientras leía la historia del Rey Enrique II de Trastámara. Imaginé el dolor cuando regresó al castillo y recibió la noticia. El infante Don Pedro, cayó desde la ventana de la Sala de Reyes. El ama de cría, encargada del cuidado, se lanzó al vacío a continuación.


Recordé la conversación e intenté buscar una explicación coherente. La tristeza me cubrió como una capa de hielo. ¿Qué hacer cuando buscas el perdón, pero ya nadie puede dártelo?


Volví a la sala donde la había visto. Pacientemente aguardé a que los visitantes saliesen. Pero ella no apareció.


Quise compensar el dolor. Me desabroché la esclava de plata con el nombre grabado, regalo de la abuela, y la deposité en el lateral de la ventana donde ellos habían perdido la vida.


Antes de torcer por el pasillo, giré. Con la pulsera en la mano me miró y sonrió.






Estrella Vega
22-12-2019

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