EL PANEL LUMINOSO
El sol ya se había escondido tras
la cima de la montaña y comenzaba el reinado de la noche.
La lluvia caída durante el día
había dejado un agradable olor a tierra mojada. David bajó la ventanilla para
poder aspirar el aroma mientras conducía.
Era la primera vez que regresaba
por ese camino. Lo habían abierto esa mañana y todavía se notaba el color del asfalto
recién estrenado.
A pesar de la escasa luminosidad
que proporcionaban las pocas farolas del camino, colocadas estratégicamente, confiaba
en la voz robótica de su GPS.
La radio transmitía música de moda,
pero prefirió apagarla para escuchar el silencio de la carretera. Era su
momento de relax después del ajetreado día.
Procuró apartar de su mente las
complicaciones surgidas en el trabajo. La reunión desagradable mantenida con su
cliente, y, a raíz de aquella, la posterior discusión con su jefe. Ahora solo
pensaba en tumbarse en el sofá, frente al televisor con una cerveza y no pensar.
Una moto pasó por su izquierda
y apenas pudo verla. Miró su cuentakilómetros y calculó mentalmente a cuánto correría.
«¡Como se te vaya la moto a
esa velocidad, te desintegras, chaval!» ̶
pensó.
Involuntariamente sus
pensamientos volvieron a la discusión con su responsable. Frunció el ceño y comenzó
a revivir la conversación. Quizás tenía que haber dicho que esa función no era de
su competencia. Pero tampoco quería zafarse de la responsabilidad y rechazar el
trabajo que había surgido a raíz de la reunión con el cliente. Se dio cuenta de
que apretaba la mandíbula, tal como le ocurría durmiendo, e intentó relajarse.
Un tráiler se acercó por la
carretera de incorporación. Cuando el conductor se percató de su presencia, quitó
las largas para no deslumbrarle. El joven se echó a la izquierda para dejar
libre el carril. Cuando le adelantó, pudo observar un gesto de agradecimiento
del chófer y durante unos segundos sus miradas se cruzaron.
No encontró a ningún vehículo hasta
que llegó a la gasolinera. Se detuvo a repostar. Le agradó notar todo nuevo y
limpio. Nunca había inaugurado nada, y parecía que todo estaba allí, para él, nuevo
y flamante.
Mientras pagaba, observó que el
camión con el que se había cruzado seguía su camino, dejando atrás la
gasolinera. Supo que tendría que volver a adelantarle.
Al reanudar la marcha, se
sintió más tranquilo y su humor mejoró. Tal vez por la preciosa chica que le
había atendido o quizás por haber podido estrenar el autoservicio. Supuso que
era la sensación inversa a cuando se entra en un lugar mugriento, sucio y
viejo.
Notó cómo el viento le
despeinaba y se llevaba los pensamientos que le inquietaban. Puso la radio,
subió el volumen y una sensación de libertad le invadió. Asomándose por la
ventanilla, gritó con todas sus fuerzas, dejándose llevar por la euforia.
A lo lejos observó unas luces
brillantes que le hicieron volver a la realidad. Era un cartel luminoso, pero
demasiado lejano para poder ver su mensaje.
En ese momento escuchó un
sonido proveniente de su teléfono. Supuso que era un mensaje de su madre,
preguntando a qué hora calculaba llegar.
Cuando se acercó un poco más al
letrero, pudo leer con dificultad lo que ponía:
«No tenga distracciones»
Parecía que era un aviso
escrito especialmente para él, y se sonrió por la casualidad.
Otra vez en sonido del móvil.
Vio la lucecita parpadeando, incitándole a leer el mensaje recibido. Estiró la
mano para coger el aparato, pero se detuvo. Otra recomendación, esta vez más legible,
apareció en el letrero luminoso.
«Las manos al volante»
Esta vez no le hizo gracia la
coincidencia y decidió no leer el mensaje del teléfono.
Se acercaba rápidamente al tráiler
que había visto pasar en la gasolinera y sonrió.
«¡Allá vamos otra vez!» ̶ pensó, cambiando de carril con intención de
adelantarle.
Era una curva pronunciada a la
derecha. Cuando iba a pasarle, cómo de la nada, surgió un vehículo parado en el
arcén. No tenía puestas las luces. Posiblemente habría pinchado la rueda y el
conductor decidió orillarse.
El conductor del camión no lo
vio. Incrustándose estrepitosamente contra el vehículo parado, provocó un
ensordecedor estruendo. Intentó una maniobra en el último momento, pero las
ruedas patinaron en el pavimento mojado. Dando vueltas de campana, arrastró al
otro coche, quedándose cruzado en medio de la carretera. David logró controlar su
auto a duras penas, pero consiguió esquivarlo.
Se detuvo unos metros más
adelante. Por el espejo retrovisor observó el desastre, estremeciéndose. Se
obligó a salir del coche. Sus pasos inseguros le llevaron hacia los vehículos
siniestrados. Tenía la intención de socorrer a los ocupantes. Conforme se
acercaba, sintió un nudo en el estómago y las piernas le flaqueaban. Nada se pudo
hacer por ellos ni por el conductor del tráiler.
Volvió a su coche con
dificultad. Recordaba la mirada del conductor del camión. ¿Por qué no había
podido evitar al otro vehículo? ¿Se confió en una carretera con poco tránsito? Seguramente,
igual que le había ocurrido a él, momentos antes. Tal vez se había distraído.
Recordó el cartel. Pensó que,
si hubiese mirado el mensaje del móvil, sería él quién se encontrase entre ese
amasijo de hierros retorcidos.
Cuando llegó la policía y los
servicios de emergencia, lo encontraron llorando en el asiento. No podía
tenerse en pie y le costaba articular palabra.
Al llegar a casa, David narró
lo sucedido a su familia. Todavía le costaba creer que hubiese ocurrido un
desastre semejante. No podía quitarse de la cabeza al conductor del tráiler.
̶ No sé lo que viste, hijo ̶ dijo
su padre ̶ . Pero en las noticias de la noche, hablaron de la inauguración de
la nueva vía. Su construcción no estuvo exenta de problemas. Y el último, hoy
mismo. Por una avería, todos los paneles luminosos quedarían desconectados hasta
mañana.
Estrella Vega
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